Desde el siglo XVII se veneraba en el antiguo convento franciscano de San Pedro el Real un crucificado expirante que ya en el dieciocho daba nombre a una cofradía que los convulsos años de principios del siglo XIX acabaron por extinguir. Fue trasladado a San Pablo en 1904 por el Padre Antonio Pueyo, que una vez concluida la labor de recuperación arquitectónica del antiguo templo dominico, abandonado en la Desamortización de Mendizábal, buscaba dotarlo del ajuar perdido. Con este traslado el Cristo de la Expiración acabará recuperando en 1918 el culto cofrade que tuvo en su anterior ubicación.
Estamos hablando de un Crucificado cuya autoría se desconoce y que podemos fechar en el último cuarto del siglo XVII siguiendo la estética del último barroco andaluz, más concretamente de la Escuela Granadina. Tradicionalmente se tiene como obra del Círculo de Pedro de Mena. La principal impresión de la imagen es la de un crucificado dentro de los cánones clásicos de la imaginería barroca y sin estridencias para el momento bíblico representado, en el que Cristo expira en la Cruz; lo hace con una leve inclinación de la cabeza hacia la izquierda con un buen tratamiento de cabellera y barba, lo que también ocurre con la anatomía del torso. Muestran menos plasticidad los brazos, como si hubieran sido hechos aparte, aunque son de la misma madera que el resto de la talla. También está contenida la composición del sudario que deja ver algo de desnudez en el muslo derecho. Sus medidas son de 184×184 centímetros más los 21 centímetros de la cabeza.
A lo largo del pasado siglo ha tenido varias intervenciones, Victoriano Chicote (1924), Miguel del Moral (1953), Juan Martínez Cerrillo (1959) y Rafael Díaz Peno (1965), todas ellas supeditadas por los métodos poco adecuados de aquellos años, limitándose principalmente a encarnar y tapar fisuras. Finalmente, en 1985 restaurará la imagen José Rodríguez Rivero-Carreras que con una magnífica labor, primero de investigación y luego de restauración, devuelve al Cristo de la Expiración su primitiva impronta que hace lucir a la imagen en todo su esplendor.